Partamos de la imagen de la mujer frente al espejo.
Recordá a Picasso y sus colores quebrados
en la superficie de lo soportable,
los dos cuerpos diferentes, nunca el reflejo
el uno del otro.
Dejalo ahí.
Pensá en el poeta inventariando el cuerpo poseído
Templo de los Abandonos, en el que atisba
desde la semiluz y semisombra
al onírico cuerpo femenino
paseándose por habitaciones clandestinas
ofreciéndose hermosamente irregular
en la superficie frágil del cristal, seguro.
Dejalo también
Te ofrezco el recuerdo de mis propios pasos
estremeciendo el suelo
bailando frente al espejo
dispuesta a salvar la distancia.
Desechalo.
Quedate con tu imagen dibujada en la última
soledad, la íntima. La que devuelve el marco
oscuro y salvaje del pelo después del sueño.
Relampagueo de párpados, suspiro de ausente.
El cuerpo frágil, sin dueño. La no entrega.
Grabalo.