A Georges Voet
y a Patricia Gutiérrez-Otero
Sediento de aventuras fue un soldado
de Francia en las colonias africanas;
amó el desierto, el sol, las caravanas,
el goce de las hembras, lo vedado.
Una tarde en los yermos de Marruecos,
bajo la hirviente luz que es un destello
fugaz de Dios, tal vez sólo un resuello,
descubrió su placer, su goce seco.
Buscó en la trapa, se hizo un monje austero;
se negó hasta ser sombra, polvo, nada,
y a los tuaregs sirvió, fue un pordiosero.
No conoció del triunfo la morada;
solo en su soledad fue oscuramente
un hombre que amó a Cristo intensamente.
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