Usted, Joan, era de otra madera.
Los hombres nacen y mueren
por el amor.
No hay nada como ver el sol,
el sol, la estupradora insolación.
Y el viento en su palacio.
La Naturaleza es muy bella
y ¡tan diversa y sabia!
La amada es una flor,
una planta la esposa:
veo flores y pienso en ti.
La muerte, dulcísimo poniente.
Pero temible como una ceguera
-que olvida todos los caminos-
y una sordera;
y deshace las manos que palpan.
Y es, oh Dios, una afasia:
la palabra muerta.
¡Los sentidos, los sentidos!
En último caso aceptaríamos
la muerte como un renacimiento
del espíritu, pero con los accesorios
y todo el aparejo de hombre mortal,
perfectos, consolidados para siempre.
Creo en la resurrección de la carne.
¡Digo de la carne!
¿Me oyes, verdugo?
Señor, familia mía,
hay jóvenes luchadores
de muscles¹ poderosos,
y viejos barbudos de cuarenta años
en San Gervasio.²
Gritan las voces de la tierra.
Ea, compañeros, ¡enarbolémosla!
La fe de los abuelos desaconseja bombas.
Del cielo nadie escapa.
¿Qué son los ángeles?
Briznas voladoras.
Veraneemos, veraneemos.
Mar inquieta, aquietadora,
suspiras como un pecho.
Pechos como magnolias,
la pelea gloriosa,
el lecho tempestuoso
de los amores lícitos.
¡Hay que ver!
Del somatén y hombre de brusi,³
«pura criatura de la Providencia»,
a quien tientan y exaltan
tan misteriosamente,
¡fraile diabólico,
conde réprobo,
bandido amancebado!
Y me doy cuenta:
¡canta anárquicamente
la ciudad anarquista!
Hay gente cruel, es cierto,
hay mala baba.
Carcajadas de sangre.
pero la buena vida buena
nos sorprende todos los días
por vez primera y dulce.
Ahora teclearemos para inspirarnos.
Beethoven, Verdi, da lo mismo.
El corazón se solaza como una cascada.
Usted, Joan, era de otra estofa.
Hoy los poetas son cautelosos
-entiéndase, los nuestros.
Juegan muy amarrados,
guardan muy recogido
el abanico de los naipes.
Si se tercia echan faroles. Y hacen trampas,
como todo el mundo.
Este rincón no cría excepciones:
las excepciones agujerearían
el culo del saco
donde rumiamos voces y silencios,
aferrados y a oscuras.
Don Joan, disculpe la franqueza;
pero no olvide
que usted y yo venimos de Sabadell,
pueblo de andar por casa.
Al cabo somos bárbaros.
¹ Muscles (hombros) por músculs (músculos). Alusión a un error
de Maragall. En tiempo del poeta, la gramática catalana era todavía vacilante. (N. del T.)
² Barrio residencial de la burguesía media barcelonesa en el que vivió Maragall. (N. del T.)
³ Brusi, nombre que se dio al «Diario de Barcelona», periódico conservador y bien pensante,
tomado del apellido de su fundador y propietario. (N. del T.)