Tan sólo los cocuyos para ver
tus ojos y esas largas manos tuyas
donde mi rostro pongo mientras cae
un pronto atardecer que me desnuda.
Porque este amor es noche sin su tálamo,
y duerme solo y con su mal se cura:
por eso es que te quiero. Yo acomodo
este querer sin madre en la pastura.
Si un vendaval enreda mis cabellos
enfermo de una fiebre que es locura,
me quema el rostro la melancolía,
y ya me da por muerta un ave oscura.
Estando inmóvil, una solitaria
estrella baja sobre mi cintura.
Y doy a luz a niños cenicientos
que a medianoche arropo con la bruma.
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