Con sus garras de ónix,
puntual,
ordeña la muerte
cada uno de nuestros días,
y los sorbe insaciable
con su cruel hocico
de animal carnicero.
Constante nos acecha
con su besos inmensos
de azahares flagelados,
con el helado silencio
de su ombligo infinito,
de oscuro túnel,
donde habremos de olvidar
las amapolas,
el agua, el fuego,
y la inútil fosforescencia
de los mitos
que inventamos diariamente.
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