Conjuraría, en súplica, a la noche
y con la noche a una tormenta ardiente:
grandes vientos que alteran los armoniosos lagos,
en dulzuras de umbría, cuernos de acoso huraño,
bruscas muertes de estrellas; y súbita, más tarde
una brillante aurora que te hablase
-conjuraría, suplicante, al cielo,
para llenar tus brazos abiertos.
Precisaría, mi mano en tu frente,
el habla de un lenguaje inexistente:
violines entre nácares de un marino silencio,
alondras sobre el mundo en su primer destello,
silabear de fuentes; y súbito, más tarde
tu nombre cotidiano despertarte
-como escolta sólo precisos,
amor, mis sueños ofrecidos.
Versión de José Agustín Goytisolo
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