Contemplando estaba Filis
a la media noche sola
una vela [a] cuya lumbre
labrando estaba una cofia,
porque andaba en torno della
una blanca mariposa,
quemándose los extremos
y quería arderse toda.
Suspendióse, imaginando
la avecilla animosa;
tomóla en sus blancas manos
y así le dice envidiosa:
«¿Adónde tienes los ojos
que desta luz te enamoras,
la boca con que la besas
y el gusto con que la gozas?
¿Adónde tienes tu ingenio,
y dónde está la memoria?
¿con qué lengua la requiebras?
¿de qué despojos la adornas?
¿Qué le dices cuando llegas,
y en su fuego presurosa
le dejas alguna prenda
de la afición que le doras?
Y sin haberte ido vienes,
y después a volar tornas
hasta el punto que tu vida
entre las llamas despojas,
viendo que no será justo
dilatar su muerte y gloria».
En diciendo estas razones
llegóse al fuego y quemóla.
«Dichosa fuiste, avecilla,
Filis prosigue, pues gozas
en los brazos de tu amigo
muerte y vida gloriosa;
que la vida sin contento
mucha falta y poca sobra,
y sólo el sosiego es bueno
adonde el alma reposa.
Mas ¿cómo yo con tu ejemplo
no me doy la muerte agora?
Morir quiero, pues me anima,
y acabar con tantas cosas.
He sabido que Belardo
su vida pasa con otra,
porque le enojan mis celos
y mis desdichas le enojan».
Del paño de su labor
un corto cuchillo toma,
y dijo toda turbada:
«Oh Belardo, aquí fue Troya».
Pero primero que fuese
puesto el intento por obra,
quiso probar el dolor,
que es mujer y temerosa.
Con la aguja que labraba
picóse el dedo y turbóla
de su muy querida sangre
el ver salir una gota.
Pide un paño a la criada,
intento y cuchillo arroja;
lloró su sangre perdida,
que su amante no la llora.