¡Ay dolor, dolor,
por mi fijo y mi Señor!
Yo soy aquella María
del linaje de David.
Oíd, señores, oíd,
la gran desventura mía.
¡Ay dolor!
A mí dixo Gabriel
qu’el Señor era conmigo,
y dexóme sin abrigo,
amarga más que la hiel.
Díxome qu’era bendita
entre todas las nacidas
y soy de las afligida
la más triste y más aflicta.
¡Ay dolor!
¡O vós, hombres que transistes
por la vía mundanal,
decidme si jamás vistes
igual dolor de mi mal!
Y vosotras que tenéis
padre, fijos y maridos,
acorredme con gemidos,
si con llantos no podéis.
¡Ay dolor!
Llorad conmigos, casadas;
llorad conmigo, doncellas,
pues que vedes las estrellas
escuras y demudadas,
vedes el templo rompido,
la luna sin claridad.
Llorad conmigo, llorad
un dolor tan dolorido.
¡Ay dolor!
Llore conmigo la gente
de todos los tres estados,
por lavar cuyos pecados
mataron al inocente,
a mi fijo y mi señor,
mi redentor verdadero.
¡Cuitada! ¿Cómo no muero
con tan estremo dolor?
¡Ay dolor!
¡Ay dolor, dolor,
por mi primo y mi Señor!
Yo soy aquel que dormí
en el regazo sagrado,
y grandes secretos vi
en los cielos sublimado.
Yo soy Juan, aquel privado
de mi Señor y mi primo;
yo soy el triste que gimo
con un dolor estremado.
¡Ay dolor!
Yo soy el primo hermano
del facedor de la luz,
que por el linage humano
quiso sobir en la cruz.
¡O, pues, ombres pecadores,
rompamos nuestros vestidos!
¡Con dolorosos clamores
demos grandes alaridos!
¡Ay dolor!
Lloremos al compañero
traidor porque le vendió.
Lloremos aquel cordero
que sin culpa padesció.
Luego me matara yo,
cuitado, cuando lo vi,
si no confiara de mí
la madre que confió.
¡Ay dolor!
Estando en el agonía
me dijo con gran afán:
«Por madre ternás tú, Juan,
a la Santa Madre mía.»
¡Ved qué troque tan amargo
para mí de grande cargo!
¡Ay dolor!
¡O hermana Madalena,
amada del Redentor!
¿Quién podrá con tal dolor
remediar tan grave pena?
¿Cómo podrá dar consuelo
el triste desconsolado
que vido crucificado
al muy alto rey del cielo?
¡Ay dolor!
¡O Virgen Santa María,
Madre de mi Salvador!
¡Qué nuevas de gran dolor
si podiese vos diría!
mas, ¿quién las podrá decir,
quién las podrá recontar,
sin gemir, sin sollozar,
sin prestamente morir?
¡Ay dolor!
Vós, mi fijo adotivo,
no me fagáis más penar.
Decidme sin dilatar
si mi redentor es vivo,
que las noches y los días,
si d’Él otra cosa sé,
nunca jamás cesaré
de llorar con Jeremías.
Señora, pues de razón
conviene que lo sepáis,
es menester que tengáis
un muy fuerte corazón,
y vamos, vamos al huerto,
do veredes sepultado
vuestro fijo muy preciado
de muy cruda muerte muerto.