Una avalancha de silencios confabulan
en la noche.
Se apagan los ecos,
se acallan las calles.
Yo estuve una madrugada cualquiera imaginando desde afuera
el calor de adentro.
Ahora me solazo pensando en la cama que me espera,
vacía pero me espera.
Y quiero también estar allí,
en esa calle silenciosa,
pateando boludeces,
agarrado de una cintura,
marcando y desmarcando el timming de otros pasos a mi lado.
Y madrugarme en un bar de Corrientes como con vos,
y volver a la cama, como con vos,
y cagarnos en la ciudad y su gente plástica de roles de hierro.
Pero vos estás muerta o en la cárcel,
y yo vigilado por la yuta (madre que te parió).
Y sé que voy a estar solo,
o en una relación conveniente y convenida,
con sexo a parquímetro y supermercados de fin de semana,
y trabajos responsables,
y gestos reposados,
y todo aquello que denota madurez y buena vida.
Por eso quizá alguna vez te saque del fondo de la muerte,
te sacuda el polvo (que te debo)
y vuelva a cantar una marcha militar marcando el paso y desmarcando,
para que me crean loco,
como cuando nos veían pasear la ciudad tomados de la cintura como amantes,
y se hacían el bocho pendejos y gerontes,
imaginando como sería ser nosotros.
Cuando te sacuda el polvo de Juan Daniel Perrotta
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