Dilapidó en estúpidos proyectos
el caudal de su ira
y después
miró ante sí una puerta.
Fatigado,
tuvo que recargarse
en el dintel de sus cuarenta años
antes de abrir la puerta y contemplar
sus perspectivas.
Más allá, el futuro
o el destino – el nombre es lo de menos –
le dieron a elegir
varias salidas:
el corazón que estalla,
la ventana al vacío,
el largo viaje detrás de un escritorio.
Sensatamente,
optó por lo primero.
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