Los juncos se movían,
las ramas de los álamos,
la hojarasca,
el agua en el estanque,
las agujas del pino.
Y más acá
la sangre de los hombres
se mecía también,
poseída
de tanto movimiento.
Y más, y aún más acá,
ya en el centro del alma,
temblaban las palabras,
al golpear los labios,
para nombrar, sin más,
los juncos del arroyo,
el rumor de los pinos,
la sangre, la hojarasca.
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