A mí, peregrino
He aquí que vuelvo a la tranquila plaza:
en tu balcón oscila solitaria
la bandera de fiesta ya pasada.
-Regresa -digo. Mas sólo a la edad
que anhela sortilegios burló el eco
de las cuevas de piedra abandonadas.
¡Cuánto ha que no responde lo invisible
si llamo como antaño en el silencio!
Tú ya no estás aquí ni tu saludo
llega a mí, peregrino. Nunca dos
veces el gozo se revela. Extrema
luz sobre el pino que recuerda el mar.
Vana también la imagen de las aguas.
Nuestra tierra está lejos, en el sur,
de luto y lágrimas caliente. allí,
hablan, con negros chales
mujeres de la muerte a media voz,
en la puerta de la casa.
* * * * *
Carta
Este silencio quieto en las calles,
este viento indolente, que se desliza
bajo entre las hojas muertas o asciende
hacia los colores de las insignias extranjeras…
tal vez el ansia de decirte una palabra
antes de que se cierre de nuevo el cielo
sobre otro día, tal vez la inercia,
nuestro mal más vil… La vida
no está en este tremendo, oscuro, latir
del corazón, no es piedad, no es más
que un juego de la sangre donde la muerte
está en flor. Oh mi dulce gacela,
te recuerdo aquel geranio encendido
sobre un muro acribillado de metralla.
¿O ahora ni siquiera la muerte consuela
ya a los vivos, la muerte por amor?
* * * * *
Elegía
Gélida mensajera de la noche,
has regresado limpia a los balcones
de las casas destruidas e iluminas
tumbas ignotas, desolados restos
de la tierra humeante, aquí reposa
nuestro sueño. Y te vuelves solitaria
hacia el norte, donde todo corre
sin luz hacia la muerte, y tú resistes.
* * * * *
Nieve
Cae la noche: de nuevo nos dejáis,
oh imágenes queridas de la tierra, árboles,
animales, pobre gente encerrada
en los capotes de los soldados, madres
de vientre aridecido por las lágrimas.
Y la nieve nos ilumina desde los prados
cual luna. Oh, estos muertos. Golpead
en la frente, golpead hasta el corazón.
Que grite al menos alguien en el silencio,
en este blanco cerco de enterrados.
* * * * *
Se oye de nuevo el mar
Desde hace muchas noches se oye de nuevo el mar,
leve, arriba y abajo, sobre la arena lisa.
Eco de una voz encerrada en la mente
que resurge del tiempo; y también este
lamento asiduo de gaviotas, o
pájaros de las torres, que abril
empuja hacia la llanura. Ya
estabas junto a mí con esa voz;
y quisiera que a ti también llegase,
ahora, de mí un eco de memoria,
como ese oscuro murmurar del mar.