Llena de oscuridad mi boca es una piedra
en su inmovilidad oculta a los absurdos.
Huyo de mi lengua como de la ira
espanto las palabras para que no se posen
en el labio del niño que duerme
ignorando catástrofes y circos.
Las espinas de lo dicho
inundan la enorme gravedad del participio
y ningún verbo es voluntario
para rescatar el juicio o el prejuicio.
Acomodada entonces
en mi oficio transitorio de partícula
voy pareciéndome a la noche
protectora de ensombrecidos seres
que mataron el hambre con acentos
y calmaron su sed en los sepulcros.
El silencio es un pez en mi cabeza
felizmente alimentado con todas las palabras que no dije.
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