Nadie lo notó.
Yo no contesté.
Conocer el Yo no es un oficio fácil.
Mi cara posee una pieza de mí misma,
un puente entre dos ciudades.
Flotando y flexible,
me convierto en el tema de unos ojos
que desde el futuro miran para descifrar el golpe.
Ahora,
conozco la rajadura exacta
a través de la cual escapo,
cuando no hay nada más que hacer
que detener la vida como hacen las estatuas.
El gesto en sí mismo
me empuja hacia el océano
que nadie puede ver.
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