De «La voluntad de los metales» de María Cinta Montagut

-Chocan las palabras…

Chocan las palabras
con el vacío de los objetos
con el frío de las afirmaciones
con el olvido.
Son esquirlas de sílabas
lo que encontramos en el hielo,
en el dibujo del día
en el no.

* * *

-En algún lugar de la palabra…

En algún lugar de la palabra
se esconde el plomo
que servirá para romper el sueño
o para atravesar muros o corazones.
La simetría de los nombres
se desbarata en las hojas en blanco
y los verbos transcurren en silencio
para no molestar.
En algún lugar de la palabra
se lucha cuerpo a cuerpo
para sobrevivir.

* * *

-Buscamos en los mapas…

Buscamos en los mapas
el lugar preciso de la rabia y las olas
el peso equilibrado de las nubes
ocultas en paisajes de colores y tinta,
la verticalidad de las ciudades
en el oscuro equilibrio de los mares
la lluvia tortura los navíos,
la lentitud del río que camina
para jamás llegar a su destino;
y en la rectitud exacta de sus pliegues
rezumaba la sangre.
Rezumaba.

* * *

-Desciendo por la escalera de la sombra…

Desciendo por la escalera de la sombra
por el calor del humo que alimenta
el corazón del hombre y su miseria.
Flores de gasolina crecen en las aceras
y no son uvas los racimos del aire
aunque es rojo el vino que madura
en el improvisado lagar de los mercados.
Bebo hasta el fondo el vaso de la ira
del mosto adolescente que destila
el borde ennegrecido de las túnicas.

* * *

-Observo la sorpresa de los cactus…

Observo la sorpresa de los cactus,
el difícil dormir de los camellos,
el lejano espejismo de las caravanas
buscando el aire ausente del oasis
en el plomo rojizo de los días.
Hoy el viento transporta la ceniza
no es del incienso el olor de la tierra,
es gris el plomo y son grises los pájaros.
En la negra quietud de las alcobas
las mujeres descubren la levedad del hierro.

* * *

-Ya no tiemblan los vidrios…

Ya no tiemblan los vidrios,
se rompieron ayer en mil pedazos.
Ya no oigo gotear la cisterna
ahora el agua se derrama en las calles
y no sirve para lavar los cuerpos
que inmóviles reclaman su parcela de tierra.
Ya no huele el jazmín del lavadero,
todo lo cubre el polvo,
el ruido,
la desnudez,
y un líquido oscuro que rezuma
por todas las grietas.

* * *

-Sabed que ya no hay noche…

Sabed que ya no hay noche
que no brilla la luz en las mesillas
y que el agua se apresta a ser bebida
cuando llegue el insomnio.

Sabed que el aire se hace denso
y que pesa en los hombros
y en la lengua
un millar de alfileres horadan la saliva
mientras riegan las calles
dos mil gotas de lluvia destilada.

Ya no hay noche.
En la desolación de los espejos
brilla un fuego concreto de metales
que aviva el desamparo de los números.

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