El alto velero
Cuando vinieron los pájaros a mover las hojas
de los árboles amargos junto a mi casa
(eran ciegos volátiles nocturnos
que horadaban sus nidos en las cortezas),
alcé la frente hacia la luna
y vi un alto velero.
Al borde de la isla el mar era sal;
y se había tendido la tierra y antiguas
conchas relucían pegadas a las rocas
en la rada de enanos limoneros.
Y le dije a mi amada, que en sí llevaba un hijo mío
y por él tenía siempre el mar en el alma:
«Estoy cansado de estas olas que baten
con ritmo de remos, y de las lechuzas
que imitan el lamento de los perros
cuando hay viento de luna en los cañaverales.
Quiero partir, quiero dejar esta isla.»
Y ella: «Querido, ya es tarde: quedémonos.»
Entonces me puse a contar lentamente
los vivos reflejos de agua marina
que el aire me traía a los ojos
desde la mole del alto velero.
* * * * *
Imitación de la alegría
Donde los árboles aún
más desolada hacen la tarde,
al tiempo que indolente
se ha desvanecido tu último paso,
aparece la flor
en los tilos y persiste en su suerte.
Buscas una explicación a los afectos,
pruebas el silencio en tu vida.
Otra ventura me revela
el tiempo reflejado. Aflige
como la muerte, la belleza
ya en otros rostros fulmínea.
He perdido toda cosa inocente,
incluso en esta voz, que sobrevive
para imitar la alegría.
* * * * *
Ya vuela la flor seca
No sabré nada de mi vida,
oscura monótona sangre.
No sabré a quién amaba, a quién amo,
ahora que aquí restringido, reducido a mis miembros,
en el corrompido viento de marzo
enumero los males de los días descifrados.
Ya vuela la flor seca
de las ramas. Y espero
la paciencia de su cuelo irrevocable.