De «Sin noticias de Gato de Ursaria» de Enrique Gracia Trinidad

Proemio

Sobre el incierto origen de Gato de Ursaria.

Gato de Ursaria, como indica su nombre, nació en la casi legendaria
ciudad de Ursaria; antigua «tierra de osos» en la que ya no quedan osos.
Puede que Gato no fuera su auténtico nombre, pero él quiso olvidar los otros que le impusieron y quedarse
con el que eligió. También su tierra natal fue sucesivamente llamada de otros modos.
Procedía de una estirpe indolente y caprichosa, llena de fantasías y mentiras, dada a oficios sin futuro,
de mucho trabajo y poca ganancia, y al uso de amuletos.
Vivió tan insatisfecho de sí mismo como cualquiera y tan aburrido de todo como de sí mismo, así que desde muy joven
se hizo a desayunar asombro cada día, almorzar extrañeza y cenar hastío.
En su árbol genealógico había una lavandera deshonrada por un noble, varios rebeldes perseguidos y hasta un plumífero
insigne pero de lengua larga y venenosa.
De niño le educaron frailes, luego herejes y nuevamente eclesiásticos. Entró en contacto con sectas poderosas,
pero nunca se integró. Pasó, como tantos, su etapa de persecución inquisitorial, pero eso sólo consiguió acrecentar el tedio
y la misantropía que ya mostraba desde niño.

Durante años vagabundeó en un carromato de farsa, disfrazado de cómico ambulante, luego obtuvo efímeras y falaces
sinecuras en la corte, que le hicieron -aún más- ajeno a las gentes y a sí mismo.
Despilfarró su inteligencia porque nunca consiguió otra posesión o herencia que despilfarrar.
Cuentan que fue discreto en el amor y en la guerra; así que unos le tacharon de cobarde y otros de aguerrido:
Ni unos ni otros tendrán razón.
Hace tiempo que no hay noticias suyas fidedignas. Unos dicen que cambió de nombre y volvió a la farándula,
otros que se ocultó en un monasterio; y hasta asegura alguno que le han visto en las calles de su vieja ciudad,
contando historias antiguas a quien quiera escucharle, a cambio de unas monedas.
La mayoría le da por muerto.

De él sólo conservamos estos papeles que aparecieron en una casa abandonada, al fondo de un desvencijado
cajón de la cocina -dicen que le gustaba cocinar-. Están escritos por alguien que le conoció, o quizás por él mismo,
o ambas cosas, aunque nunca lo sabremos con certeza.

De «Sin noticias de Gato de Ursaria» 2004
(Premio Emilio Alarcos de poesía del Principado de Asturias 2004)

* * * * *

1. Gato de Ursaria, el indolente

Hacer, hacer, hacer… Gato de Ursaria
decidió que era tiempo de no hacer.
Mientras sus convecinos se afanaban
en subir o bajar
muebles,
asuntos,
precios,
escaleras;
cambiar todo de sitio sin descanso:
objetos, esperanza, amor o ropa,
agitándose siempre,
nerviosos,
obstinados,
imparables,
Gato de Ursaria, el indolente,
se refugió a la sombra de un tejo centenario
(sabido es que esa oscuridad callada
es dulce y venenosa como un beso
y otorga a algunos hombres la locura
de conocer el nombre de las cosas)

Sintió los mágicos efectos
de aquella sombra única
pero no quiso pronunciar palabra.

De «Sin noticias de Gato de Ursaria» 2004
(Premio Emilio Alarcos de poesía del Principado de Asturias 2004)

* * * * *

2. Gato de Ursaria muestra su desaliento

Quiero dejar constancia de estas horas, cedidas al embrujo de la alquimia, perdidas entre frascos y papeles,
libros, polvo, colores que ya no pueden más, fracasos y silencios buscando una salida razonable.

Pero en el fondo no quisiera dejar constancia ni incitar recuerdo -dura contradicción es mi deseo-.

Si me entregué al conjuro y a la búsqueda, de qué le sirve a nadie.

Si mi existencia se hizo turbia, imprecisa, somnolienta; si rebosó la mesa de papeles, matraces y morteros:
todo sin concluir, todo sin dar sentido, sin hallar respuesta, de qué vale insistir en que se sepa.

Si hasta la luz agonizó en mi estancia, se reclinó en el polvo de los libros, y acusó a los rincones de urdir patrañas
en la sombra, a quién va a interesar que yo lo diga.

¿Dejar memoria o convocar olvido?

Ojalá lo supiera.

De «Sin noticias de Gato de Ursaria» 2004
(Premio Emilio Alarcos de poesía del Principado de Asturias 2004)

* * * * *

3. Carta de Gato a uno de sus amores

Hice añicos la luna del espejo.
Ya no podía resistir más su respuesta miserable.
Cada vez que buscaba en su interior,
yo desaparecía, estabas tú.
Me decías:
“¡Qué viejo estás! ¿no te das cuenta?”

Recogí los cristales diminutos,
teñidos con la sangre de mis manos.
Te los hice llegar envueltos en papel de celofán.
No acusaste recibo, pero
jamás podrás decir que no te regalé la Luna.

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