(con la primera luz)
Al alba nadie sabe nada… Vean:
ninguno de nosotros se atrevería a hablar
del sol que ahora despunta solamente
como una sola y libre flor del prado,
sólo un milagro más entre la hierba.
Todo es silencio todavía, nadie
se atrevería a entrar con sus viejas palabras
en este manantial de sombras y de nieblas,
de azulados reflejos y caminos
que siguen siendo aún un poco de la noche.
Fruto desnudo de la oscuridad,
tiembla como nosotros cada día, en su árbol
celeste y triste: el árbol que nos da
sólo su frío del comienzo, puro,
en húmedos abrazos, lentos, inabarcables.
Recogemos así el nuevo día, el aire
que al hacerse visible nos asombra,
el aire sin razones, prodigioso,
siempre con su cosecha diferente:
la dulce claridad entredormida.
Y ahora el sol que está aún entre nosotros,
abajo, entre las flores, se revela por fin
como un obsequio inesperado, sólo
un alimento más del bosque -en las más breves
y transparentes gotas de rocío-, oh sí:
la bebida primera indescriptible.
* * * * *
(la insistencia)
El color de este cielo a mediodía
no quiere ser pintado, se resiste:
se diría que espera solamente
detrás del muro blanco y ciego
de su más alto resplandor…
Hay que insistir entonces, muchas veces,
Con los ojos cerrados si hace falta,
pintar sin ver lo que sabemos,
dar forma a los colores invisibles,
mirar el cielo así, de otra manera,
el cielo ciego horizontal.
Insistir discutiendo con la luz,
con este resplandor hiriente y bajo,
hasta poder trazar su enigma propio,
su misterio imposible,
Con la fidelidad del paisajista
que sabe oír y ver siempre entre líneas,
y reconoce a solas su destino
en los más lentos blancos cegadores.
…No importa que el color
no colabore. En su fluir está la música
silenciosa del sol, la fiebre nueva
que quema nuestras manos y nos dice
cuánta paz hoy veremos sin descanso,
con los ojos cerrados todavía.
* * * * *
(precipicio)
Por los acantilados, muchas veces, la luz
es sólo vértigo y responde
a una llamada verdadera y fría,
a un misterioso andar sobre el vacío.
Lo que vemos no está
en el lugar exacto imaginado:
hay que buscarlo siempre en su caída,
en un dulce equilibrio
de rocas y alcotanes, de azules imposibles
casi siempre. Es una arquitectura
que no conoce el miedo
y ha sido construida por los pájaros,
por el viento del norte
y por las nubes.
Traten entonces de asomarse
en silencio y verán
cómo el color del cielo se sostiene
sobre un enigma sólido,
una alucinación interminable:
el vuelo prodigioso, desnudo, de la luz,
sobre la primavera que esperamos,
transparente y sin fin
del precipicio.
* * * * *
(principio de identidad)
Nosotros somos solamente
siempre lo que miramos: este bosque
y su camino azul somos nosotros,
esta lluvia distinta cada tarde,
que empapa muy adentro.
Somos la nube que pintamos, negra
sin más como la arena siempre
del anochecer… Somos
también el trueno y los relámpagos,
los ojos asustados
del animal que corre a su refugio.
No somos más que lo que busca ser
mirado y comprendido por nosotros:
este paisaje horizontal, el árbol
y las piedras mojadas,
las huellas en el barro y la neblina
que no nos deja ver.
No somos lo que somos porque sí.
Y hasta somos también lo que no vemos:
aquello que pintamos muchas veces
sin saber cómo es, cómo será mañana,
después de la tormenta.
* * * * *
(retrato)
Un hombre lleva puesto cada día
su sombrero de paja y sube andando
el camino del bosque. Saludamos
a este solitario diferente
y él también nos devuelve unas palabras
con amabilidad y simpatía.
Sabe que estamos siempre aquí,
en esta curva, contemplando
supuestamente el mar y el precipicio
seguro de los pájaros.
Y nunca se detiene, no pregunta,
sigue a solas su ritmo
y silba cada día cuando pasa.
No sabe que le estamos esperando,
que hemos venido aquí
sólo para mirar cómo camina,
cómo mueve los pies, cómo conoce
el bosque y los senderos
imposibles. No sabe todavía
que le esperamos siempre, en esta curva,
sólo para poder ver y pintar
su paso firme y claro, su mirada
profunda, deseable.
Sólo y por fin para estudiar a fondo,
el perfil de sus huellas muchas veces,
la música, el calor y la alegría
de su forma de andar cada mañana.
Ese momento decisivo
de ver cómo se aleja una vez más,
silbando, entre nosotros,
por el mismo camino diferente.