Tampoco tienen fecha las hojas de este otoño
y acaso no es verdad que su mundo agonice.
Ni queda amargura en sus grietas
ni sus arrugas aguardan la soledad del invierno.
Es sólo levadura, madriguera,
lazada de luz cuando reposa,
cuando cierra los ojos
para buscar los nombres de lo oscuro.
Pergaminos, venas izadas,
nervios que han excavado la piel,
los profundos ríos de montaña
que se dibujan en tus manos.
No hay desembocadura en este instante
detenido en la pared de un día,
en los muros de una casa que no existe,
el limbo del soñador y sus iconos.
Caminos superpuestos,
desde el Austral al Ártico,
sólo el imán del útero en letargo,
el jirón de inquietud que te faltaba
para soñarte sin gravedad.
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