Eres como la luz, muchacha mía,
dulcemente templada y transparente;
caricia toda tú, la piel te siente
con plenitud frutal de mediodía.
Eres la gloria tú que tiene el día,
el día tú creciéndome inocente
por este pecho, amor, por esta frente,
por esta sangre que la tuya guía.
Ay, terca luz, abrásame en tu cielo,
donde la maravilla me convoca
al gozo fugitivo de tu vuelo.
No me des tu calor como a la roca;
dame tu vida en él, que sólo anhelo
hallar a Dios en tu abrasada boca.
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