(Fragmento de Obra)
A veces,
en la pausa de alguna piedra a la vera del destierro,
se oye susurrar al viento, alborotando a las estrellas.
Y la agonía de un hombre solo
camina ancha y errabunda en medio de los pastizales,
en medio de la noche estentórea
tan llena de murciélagos y de esperanzas muertas;
alguna luz en la otra orilla
-en la otra orilla del sueno-
nos guía hasta las fogatas de los hombres
(fogatas hidroeléctricas
llamas cuadradas, incendiadas nieblas).
Es posible
que todo comenzara con fantasmas de mi propia imaginación
pero he ido marchando,
hincando el hambre en alguna fruta del arroyo
por lecho el campo llano
y por amante una ilusión noctívaga,
un no sé qué, una nostalgia
una impresión de haber nacido antes,
de sólo estar soñando este destierro.
Pero me posesiono de todas las historias
y de todos los rostros,
nunca se cansa el corazón
de conocer a todos los habitantes de la tierra;
aunque en todas partes la historia de Caín y Abel
es tan vieja como el principio del mundo,
en todas partes la cara del diablo o la del ángel
asoma cambiante y sardónica.
Hubiera deseado llegar a puerto seguro
pero es tanto como decir: «llegar al paraíso»;
sin embargo estoy vivo y pisando la tierra,
los vientos del Caribe traen ensueños vagos
……y el mundo parece venirse a plomo de repente.
Es necesario ir a buscar nuevos vientos alisios
y hacer de cuenta, a veces,
que la brújula nos vuelve locos,
que todavía existe una pulgada de tierra
no descrita en ninguna de las cartas marítimas.
Y uno termina forastero en el mundo,
muerto a campo traviesa……
«No me queda ni mesa ni convivio
ni piedra en que sentarme,
ni pulgada de piel donde pulsar mis besos….»
(de un viejo poema)
Indecisa en la rosa de los vientos
está la angustia espesa que te busca,
¿Adónde ir en esta encrucijada
de planetas desiertos y largas caminatas,
descifrando el ovillo da mí mismo?
Estoy aquí, perdido,
esperando algún barco, cualquier barco,
cualquier ruta olvidada.
Mientras tanto cuento mis pertenencias:
(de un viejo poema)
un puñado de días, de instantes, de sucesos
cayéndose a pedazos de mi andrajo vital;
nunca tuve una historia:
sólo fui una baldía pirotecnia
un destello aislado y sin efecto.
Mientras tanto
los hombres se agrupaban,
no sabían por qué:
prestaban aliento, vivían de consejos:
un patriarca, un hogar, algún santuario,
el respeto a los lábaros sagrados.
La muerte es más amarga desde el día
en que le di la espalda a ése pasado,
tornándome cariáceo fugitivo.
Me he buscado estructuras,
pensé poner mis propios materiales:
pero no existe hogar sin habitantes,
no se puede construir para encerrar fantasmas.
¡De tanto contemplar mi corazón
he formado su propio tabernáculo!
Y se me va muriendo, intermitente,
asediado en su pánico a la muerte
-murciélago antiséptico,
peculiar en su ala rondadora,
¿Adónde ir, qué punto de la curva,
en cual circunferencia está la patria?
Tala el hombre los árboles,
recolecta los trigos y, cotidianamente,
se ayunta y reproduce;
más mi estupor no sale de si mismo,
no inventa su oración definitiva.
Busca consorte el miedo disparejo.
Pues no les nada una sombra que se asombra..