A veces, en la niebla, -adivinando sólo sombras-
toda la lejanía se ha encogido alrededor de ti,
un círculo sofocante para tus ojos que buscan,
tu sentido que busca.
Estás en medio de ruidos, apagados sin embargo,
en medio del campo que humea frío,
en medio de angustia y de preguntas.
Feliz aquel a quien de pronto se le desvanece
la niebla, cortina diáfana en todas partes
retrocediendo simultáneamente.
La claridad penetra cuidadosa hasta la primera casa gris,
hasta los árboles, hasta las torres y la ciudad.
Entonces, de pronto,
allá arriba brilla claro el azul celeste.
La casa se hace ladrillo, rojo,
el árbol se hace pino y verde.
Delante de ti, detrás de ti, por doquier contemplas
la lejanía de la tierra, el aire, las torres,
la luz nueva, la vida risueña.
Jurarías: por allá
-detrás del horizonte, siempre en el horizonte-
ríe y vitorea y hace señas el tiempo nuevo,
el año nuevo de pronto,
y no tienes que hacer nada
sino ser pregunta y deseo
y esperar el cumplimiento.