La conversación fue monótona.
Oí a Newton y a Einstein;
luchando entre sí, se rompieron las uñas de los dedos.
El resultado fue un mundo como éste,
por todas partes hombres con largos cuchillos,
con revólveres, con fusiles.
Todos reivindicaron sangre.
Si fuera necesario la suya propia.
La latitud norte resultó ser la misma;
la nebulosa Andrómeda, tan lejos como antes.
Los creyentes encendían velas,
quemaban incienso o se arrodillaban
con credo.
El rechinar de dientes puedo oírlo
hasta en Rijmenam.
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