Diurno de la estatua de Jorge Ortega

No hay pájaro que ronde a estas alturas
por la anchura del cielo despejado;
la bóvedad es azul, mediterránea,
pero de sumo ardiente, intransitable.
Fustiga la hora nona el parabrisas
con la acupuntura de los rayos;
imaginad entonces la intemperie
que abrasa los perímetros del éter:
nadie sale de casa en los contornos
ni se desplaza a pie por las aceras
como si bajo el signo de noviembre.
El rumbo es un erial,
y yo atravieso
—con estupefacción reglamentaria—
el radio de su aspecto desolado.

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