Por ver bien a Cataluña,
Jaime primero de Aragón
sube al pico de San Jerónimo
a la salida del sol:
¡qué pedestal para la estatua!
¡Para el gigante, qué mirador!
Las águilas que anidaban
en la cumbre la hacen sitio;
sólo el cielo miraban ellas,
él mira a la tierra también;
¡qué grande y hermosa le parece,
amada de su corazón!
En su cielo tiene pájaros y ángeles,
en sus campos flores y verdor,
en sus cuadrillas la alegría,
en sus familias, amor,
guerreros en sus murallas,
veleros en sus puertos,
naves de paz y de guerra
ansiosas de emprender el vuelo.
Las olas besan sus plantas,
la estrella besa su frente
bajo un cielo de alas inmensas
que es su real pabellón.
En su trono de montañas
tiene el Pirineo por refugio,
por almohada verdes bosques,
por alfombra prados de flores
por donde juegan y se deslizan
torrentes y arroyuelos,
como por un campo de esmeraldas
anguilas de plata y oro.
Del Llobregat ve las orillas,
las vegas del Besos
que conoce por las arboledas
como las rosas por el olor.
Las villas a su alrededor
parecen rebaños de corderos
que, abrevando al atardecer,
aguardan la luz del nuevo día.
Llena le habla de Lérida
que el granero de Roma fue;
Albiol, de Tarragona,
tan antigua como el mundo;
Puigmal, de las dos Cerdañas,
como dos canastos de flores;
Montseny, de Vic y Gerona;
Albera, del Rosellón;
Cardona, de sus salinas;
Urgel, de sus mieses de oro;
Montjulc, de Barcelona,
a la que ama por encima de todo.
Mirando a Cataluña
se siente tomado el corazón.
«¿Qué puedo hacer por mi amada?»
se repite lleno de amor,
«si del cielo desea una estrella,
desde aquí se la alcanzo yo».
«No desea una estrella del cielo»,
le responde una dulce voz,
«la más bella que existía
le fue colocada en la frente.
Devolvedle a dos hermanas
que tomó el moro traidor,
una yendo a coger perlas
junto al mar de Montgó,
la otra nadando entre cisnes
cerca de donde volaba el buitre».
Volvió los ojos hacia Mallorca,
como un palomo la divisó,
nadando entre cielo yagua,
vestida con un rayo de sol;
a Valencia no la avistó,
mas sí los alcores
que del huerto de la sultana
son muralla y mirador.
Desenvaina la espada
y levanta el trueno de su voz:
«¿Hermanas de Cataluña
y aún llevan el yugo?
Rey moro que las tomaste,
a mis rodillas quiero verte.»
Si los moros lo avistasen,
las dejarían por miedo,
como dejaron a Cataluña
cuando, de Otger entre los leones,
Rolando les lanzó una maza
desde la cumbre del Canigó.
Cuando vuelve los ojos a la sierra,
busca a quien le respondió:
en la ermita más alta
tiene la Virgen un altar de oro,
nadie hay en la capilla
y ella tiene el labio abierto.
Poniendo a sus pies la espada,
cae en tierra de rodillas:
«A rescatar las cautivas,
María, conducidme vos:
A mi pecho daréis coraje,
a mi brazo, fuerza y brío,
y si al subir a la sierra
me llamaban rey hermoso,
cuando vuelva a visitaros
¡me llamarán el Conquistador!»
Versión de José Batlló