Disecados ahí sobre la mesa: el rostro y la máscara,
dilema minucioso de interferencias de espectros
cuyo juicio no les compete ni aún a ellos mismos. Aunque
se incorpore el diablo a los procesos sangrientos
de la Iglesia, toda la repugnancia vendrá de Dios,
por la presunción de que podría salvar a todos.
Las opiniones sospechosas son hijas de la vanidad y no
existe prueba en contrario. Oíamos a Shakti, nuestros
cuerpos entornados en la alfombra del salón, el vino
de su saliva embriagando mis tetillas. De cuál
obra tratábamos sino de la latitud de esos versos,
del carácter de la espátula en los colores que les revelan
los dones más secretos? No hay destino o mérito,
y todo juicio deriva siempre de una fustración.
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