Ecos de la agonía de Julio César Aguilar

Fui sólo sombra
habitada por el desdén, por los caprichos
de la luz vagante.
Fructificó en mi ser la desventura
y puntualmente repartí sus dones;
a veces la alegría dejaba en el aire su estela.
Árbol solitario, pan
de la multitud, fui
lo que pude.

De repente todo se va muriendo.
(!Dios, cierra los ojos
y mira tu obra
y compadécete
de ti!,
pero si soy yo el hacedor
de tanto fruto estéril, mándame
de una vez al infierno
y olvídame.
!Acaba ya conmigo, Dios,
tú ganas!)

Hoy, al borde
de esta tarde
yo también me muero,
para luego tal vez recomenzar…

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