Égloga de Gabriel Celaya

Rubio, fuerte, manso,
triste sin melancolía
como el mediodía,
lento como la tierra,
toscas las manos que parten
el pan y abarcan el seno
maternal de Ceres,
Menalcas apacienta sus grandes vacas rojas
frente al mar: estupor
de luz en la inmensidad.
¡Oh mar, oh campo, oh bestias!
¡Oh siesta, pesadumbre
del cuerpo poderoso que, ahora, inerte,
se cubre como de una enfermedad de cantos
monótonos y vagos,
mientras la tierra sueña,
muge lenta
como una vaca triste que esperara
la fecunda inquietud de las estrellas,
la sagrada
palpitación escondida,
el amante
nocturno que no dice su nombre!

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