El ahorcado de Ángel García Aller

Aun muerto sin embargo
el brillo de sus ojos,
decían, revelaba
una incurable soledad
Alfonso Costafreda

Cayó
como del aire la sentencia
y al ahorcado, entretanto, le brotaban
innumerables flores, innumerables
auroras boreales por el cuerpo.

Uno
tras otro, le acusamos
de extrañas maldiciones, de haber visto
con sus propios ojos más allá
de los límites legales,
de haber dicho
que el hombre se compone solamente
de incurable soledad y añadiduras.

Se sabe
que soñaba cada noche con los muertos
que nunca conoció, que provocaba
descaradamente a la lujuria
recitando versos a los pájaros
y que apenas en vida fue capaz
de levantar un cierto testimonio.

Ítem más,
señores jueces, se supone
que vivía vulgarmente del recuerdo,
que era un hombre de hechos constatados,
sin hazañas que merezcan referirse.

Por todo
lo cual solicitamos
que no ofenda con el brillo de sus ojos.

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