El amo y el perro de Félix María de Samaniego

«Callen todos los perros de este mundo
Donde está mi Palomo;
Es fiel, decía el Amo, sin segundo,
Y me guarda la casa… Pero ¿cómo?
Con la despensa abierta
Le dejé cierto día:
En medio de la puerta,
De guardia se plantó con bizarría.
Un formidable gato,
En vez de perseguir a los ratones,
Se venía, guiado del olfato,
A visitar chorizos y jamones.
Palomo le despide buenamente;
El gato se encrespa y acalora;
Riñen sangrientamente,
Y mi guarda jamones le devora.»
Esto contaba el Amo a sus amigos,
Y después a su casa se los lleva
A que fuesen testigos
De tal fidelidad en otra prueba.
Tenía al buen Palomo prisionero
Entre manidas pollas y perdices;
Los sebosos riñones de un carnero
Casi casi le untaban las narices.
Dentro de este retiro a penitencia
El triste fue metido,
Después de algunos días de abstinencia.
Al fin, ya su señor, compadecido,
Abre con sus amigos el encierro:
Sale rabo entre piernas, agachado;
Al Amo se acercaba el pobre Perro,
Lamiéndose el hocico ensangrentado.
El dueño se alborota y enfurece
Con tan fatales nuevas.
Yo le preguntaría: ¿Y qué merece
Quien la virtud expone a tales pruebas?

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