A un árbol, desnuda, subí cierta vez:
la lisa corteza mis muslos asían,
en húmedo musgo fincaba los pies.
Tan alto que, apenas, las hojas mojadas
del sol me cubrían
con sombra discreta,
me puse a horcajadas
en cómoda horqueta
y balanceaba feliz, al desgaire,
los pies en el aire.
De lluvia temprana, besando mi piel
las gotas rodaban del fresco dosel;
de zumo de flores bermejas tenía
las plantas, y el musgo mis brazos cubría.
Y al soplo impetuoso
del viento -al empuje de fuerzas internas-
el árbol hermoso
tremaba de vida…
Lo sentí de pronto, toda estremecida,
y apreté las piernas
y posé, entreabiertos, los labios en llama
sobre la vellosa nuca de la rama.
Versión de Enrique Uribe White
Añadir un comentario