Vivía en un granero retirado
Un reverendo Búho, dedicado
A sus meditaciones,
Sin olvidar la caza de ratones.
Se dejaba ver poco, mas con arte:
Al Gran Turco imitaba en esta parte.
El dueño del granero
Por azar advirtió que en un madero
El pájaro nocturno
Con gravedad estaba taciturno.
El Hombre le miraba y se reía;
«¡Qué carita de pascua! le decía;
¿Puede haber más ridículo visaje?
Vaya, que eres un raro personaje.
¿Por qué no has de vivir alegremente
Con la pájara gente,
Seguir desde la aurora
A la turba canora
De jilgueros, calandrias, ruiseñores,
Por valles, fuentes, árboles y flores?»
«Piensas a lo vulgar, eres un necio,
Dijo el solemne Búho con desprecio;
Mira, mira, ignorante,
A la sabiduría en mi semblante:
Mi aspecto, mi silencio, mi retiro,
Aun yo mismo lo admiro.
Si rara vez me digno, como sabes,
De visitar la luz, todas las aves
Me siguen y rodean: desde luego
Mi mérito conocen, no lo niego.»
«¡Ah tonto presumido!,
El Hombre dijo así; ten entendido
Que las aves, muy lejos de admirarte,
Te siguen y rodean por burlarte.
De ignorante orgulloso te motejan,
Como yo a aquellos hombres que se alejan
Del trato de las gentes,
Y con extravagancias diferentes
Han llegado a doctores en la ciencia
De ser sabios no más que en la apariencia.»
De esta suerte de locos
Hay hombres como búhos, y no pocos.
El búho y el hombre de Félix María de Samaniego
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