El caldito de Efraín Bartolomé

Cuando el Fuego ama al Agua,
y la acaricia, la enciende y la calienta hasta la ebullición,
nace un producto nuevo
que integra a los amantes en alquímica unión
y al que nombramos caldo.

Trabajé todo el día,
labrando en una piedra una vasija blanca,
y después me dormí.

Ella ofrecía en el sueño una escudilla de oro.
Me miraba
de lado
con la risita aquella que electriza
mi corazón.

Usó un diminutivo: el caldito.

Era algo así como una despedida.

Sonreía
con la mitad del rostro
ensombrecido por la cabellera.

Ella me interrogaba.

Yo temblaba.
Pero sabía en el sueño todas las respuestas
que en vigilia no sé:

—¿En el caldo se integran…?
—Agua y Fuego.
—¿El caldo de los ojos?
—Las lágrimas: alegría y dolor.
—¿El caldo de la boca?
—La saliva: placer y excitación.
—¿El caldo de la Vida?
—La sangre: caldo del corazón.

Se acercó satisfecha.

Extendió para mí su escudilla de oro
y desapareció.

Su voz ardía suavemente en el aire:
‘Yo te dejo el caldito de mi sexo
para que duermas bien’.

Entonces desperté.

Escucho el timbre de la diosa alada
que reina en Sirenusa.

Por mi espalda se mueve el dedo de la Musa.

En la sombra me mira el rostro de Medusa.

No he vuelto a dormir bien.

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