En algunos poemas el arte es la acuarela,
el arte de la dilución, escribo,
y los cisnes de Natales se esfuman ante la palabra cisne.
La vida se esconde detrás del color
para engañarme,
la vida corre el riesgo de convertirse en una carta infinita.
‘Una moneda por cada palabra me daba
el tiempo,
lo invitaba a pasar (él siempre iba apurado),
le regalaba una estampilla rara y un vaso de té frío’.
En algunos poemas el arte es el tatuaje, escribo,
y añado: las palabras duelen mucho más
que el peso de las cosas.
A veces el mundo es lento y viejo como una casa
que huele a barco y a bodega
y recibe a las gaviotas como grandes presencias.
A veces el mundo me devuelve
la visita del tiempo -afable pero firme-
que reclama su parte del león.
Abro las alacenas, muestro el cielo.
El fulgor de las pocas palabras que me quedan
es mi oscura tensión
-en el fondo de mi dicha-
la belleza de aquellas palmeras despeinadas
contra la lancha a punto de partir.