Hermana prostituta…
ayer entregaste tu cuerpo por unas monedas.
Yo daría mi alma cada día por la poesía.
Maldito poeta
el que sacrifica amores, hijos y cordura,
se revuelve entre las heces del alcohol
buscando el vino nuevo,
la sabiduría de un verso,
uno solo,
un jirón de alma,
una palabra,
un candelabro alumbrando el encuentro de dos que se desean.
¿Me buscas, palabra?
Me mostraré esquivo,
sabrás que no puedes poseerme,
y aunque muera de deseo por la cópula
no me tendrás,
no libarás mi néctar,
no te daré mi sangre,
no desgarraré mis ropas
¡nunca!
Escúchame bien:
deberás venir de blanco,
los pezones resaltados en la veste,
vendrás como novia,
como virgen vendrás,
no te darás a ningún otro poeta,
y quizá, sólo quizá,
entonces,
te tome y te transforme,
te lleve al climax, te derrumbe,
te incorpore entre mi piel
y seamos uno, letra y poeta.
El casamiento del poeta de Juan Daniel Perrotta
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