Con tu pantalla oval de anea rara,
tus largos alfileres y tus flores,
parecías, cargada de primores
una ambigua musmé del Yoshivara.
Hería en los musgosos surtidores
su cristalina tecla el agua clara,
y el tilo que a mis ojos te ocultara
gemía con eglógicos rumores.
Tal como una bandera derrotada
se ajó la tarde, hundiéndose en la nada.
A la sombra del tálamo enemigo
se apagó en tu collar la última gema.
Y sobre el broche de tu liga crema
crucifiqué mi corazón mendigo.
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