Así llega al fin el verano hasta estas pocas manchas
Y al óxido y la podredumbre de la puerta por donde ella se fue.
La casa está vacía. Pero es aquí donde ella se sentaba
Para peinar su cabello húmedo de rocío, una luz intangible,
Perpleja por sus más oscuras iridiscencias.
Éste era el espejo donde solía mirar
Al ser momentáneo, sin historia,
La identidad del verano perfectamente percibido,
Y sentir su alegría campestre y sonreír
Yser sorprendida y temblar, mano y labio.
Ésta es la silla de la que recogía
Su vestido, el más esmerado y favorecedor de los tejidos
Al que un tejedor cosió doce campanas …
El vestido yace, abandonado, sobre el suelo.
Ahora, los primeros tuteadores de tragedia,
Para empezar, hablan con suavidad en los aleros.
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