De sus manos cruzadas sobre el pecho
separó con ternura la más fría,
y la dio a calentar entre la mía.
Y entonces nustro amor insatisfecho,
aquel inmenso amor, tuvo un derecho.
¡Nada puede negarse a la agonía!
Cuando la enferma pálida moría
me dejaron llegar hasta su lecho.
¡Oh mi amada inmortal! Como un esposo
pude entonces velar por tu reposo
y hacer mios tu goce y tus dolores.
Y conquisté el derecho de quererte
cuando al vernos sufrir tomó la muerte
bajo su protección nuestros amores.
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