El día que mataron a Icarus
el sol estaba en lo alto.
Un disco
de oro que ardiera como un gran crisol…
Icarus
intentaba escapar del laberinto.
Se había ejercitado en la aérea gimnasia del vuelo, con dedicación y celo.
Tenía unos bíceps apolíneos y trapecios de bronce correoso,
me dijeron los que vieron su cadáver tirado sobre la plaza, descoyuntado y arqueado sobre un gesto de dolor, que temblaba como una lira rota; agregaron.
Lo mataron de dos tiros
en la ciudad de la sabana
este último verano, le dispararon con un rifle automático de mira telescópica.
Rebotó sobre las cuerdas de la luz,
se le chamuscaron las alas de plata lanzando destellos
luminosos,
con su parapente blanco
perforado por las balas.
No tendría más de veinte,
cayó delgado en rizo
como un pájaro encendido
en el bronce de su cabellera
una antorcha desgarrada por el viento.
Su rostro…,
los que vieron su rostro,
quedaron cegados por la luz.
El día que mataron a Ícarus de Omar García Ramírez
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