En caballos de noche
la sombra del mar
abandona su lecho.
Va hacia el desierto de sal,
ojos brillantes,
caudal de risa en cascada,
manos llenas de hojas
como árbol de lluvia.
Corre,
se precipita
sobre las formaciones
del cerebro terrestre.
Pero a sus pies
vaga la luna solitaria
por un espacio de nadie
y los ríos blancos
se abren
como negros espejos
donde se lee el más remoto pasado
que muerde el abismo
de un ahora sin contornos.
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