Crueldad, quiero tu lengua, tu inteligencia oculta
de perversión feroz y a la deriva,
contaminada en las maquinaciones
del placer que enmudece, despertando
la insidia y el peligro de tu experiencia única.
Qué enjambre de caricias en el nudo
con el que aún reclamas la posesión suprema.
Seguir, merodear de forma subrepticia
hasta ir descubriendo este delirio
atroz que se enardece por entrar y expandirse
en el fuego del daño y el desmayo.
Impaciente deseo tu cuerpo cenagoso,
maduro como el vicio que a sí mismo corrompe
con su olor a azahares ultrajados,
a estrellas que en el vino se disuelven.
En él presiento el odio que palpita
en su voltaje oscuro de noche y de marea,
por alcanzar la sangre, cuando el beso
insaciable la busca y la aniquila.
Ah, sombría violencia fascinada,
que encuentras tu destino en la tensión mortal
con que dos cuerpos duros se engastan, se penetran
hasta la raíz misma de sus limos,
allí donde la furia es la pasión
y el miedo de no ser el fulgor de la muerte.