Le amaneció
sentado en la misma piedra,
mirando
al mismo horizonte,
con el mismo rocío
mojándole la tristeza.
El mismo frío
en la piel de los huesos,
el mismo gusto a pozo seco
en la saliva dulce
y el mismo olvido
por las cenizas del aire.
Quiso retener
el tiempo entre los dedos
contando las monedas de las horas,
las únicas ganancias
que traían las luces
nuevas de la primavera.
Sintió ser feliz
por un momento,
como si tuviese el don
de resucitar a las mariposas.
Le amaneció sentado.
Se levantó,
cambió de piedra
y siguió mirando al mismo horizonte
con los mismos ojos
vigilantes de pájaros.
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