¡Qué sensación de nunca se hace umbría en tus ojos,
qué sinuosa evidencia desolada,
de vacío sin fin ante la posesión
entregada, desnuda e imposible!
¿Quién puede consolar este deseo
que está perdiendo el ser entre lo vivo?
¿Eres tú, inocencia demoníaca,
en la inmisericorde tentación,
la que reclama aún este fuego de médulas?
La pasión ha secado su hontanar.
Ya eres el desterrado de tu cuerpo.
Te escarba y te persigue el espectro del ansia.
El tacto se extravía en los ciegos sentidos,
anhela su redoble y no lo encuentra.
Agotada la copa enhiesta de la llama
se apagaron las luces de la sangre,
y en el desasosiego del futuro,
esa voz sin piedad de tu exilio sentencia:
Sólo lo que has perdido es tu desierto.
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