Con los ojos vendados nos miramos
cada día delante de un espejo
para ser sólo imágenes
nuestras que no veremos.
Desfilamos, retratos fidelísimos,
copias exactas, calcos o reflejos,
resbalamos por aguas espejeantes
como narcisos ciegos.
Debo de ser la sombra, los perfiles,
la refracción de ese cristal o hielo;
debe de ser el doble repetido,
el naúfrago en el fondo de ese sueño.
Qué culto extraño ante el cristal, la luna,
de extraterrestre, de astronauta muerto
girando sin sentido
en la órbita cerrada por el pecho.
Qué culto extraño para
sentirnos sólo luminoso eco
de nuestra propia realidad corpórea,
mitología del agonizamiento
liturgia de pantallas sucesivas,
idolatrización de reverbero.
Sólo somos figuras proyectadas
sobre un cristal, pero jamás nos vemos.