Yo no quiero de los campos
los árboles ni las parras
ni la multitud vistosa
de sus bellísimas plantas;
Pero un espino florido
que hay, Emilio, entre las zarzas,
es la envidia de mis ojos
la codicia de mi alma.
Viste su tronco ramaje
de verdes hojas lozanas.
Y entre sus brazos airosos
flores como espumas alza.
Más ansiosa que la abeja
es su perfume embriagada
vago errante, sin aliento
en torno de sus guirnaldas.
Mas, tiendo en vano los brazos
que antes que llegue a alcanzarlas
las punzadoras espinas
de sus ramos me desgarran.
Huye la flor de mis manos;
crece de mi pecho el ansia;
la flor queda en el espino
y en el espino mis lágrimas.
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