Este Hombre es el mismo que conocen los siglos.
Vencedor o vencido, filósofo o esclavo,
justo o impenitente, conforme o vengativo.
Este hombre es el mismo
que ha tirado el guijarro o ha aromado la venda,
que ha escondido el puñal o ha cortado la rosa,
que ha erigido el patíbulo o ha apagado la hoguera.
El que avivó la ira o prendió la alegría;
el que vistió la púrpura o el que anduvo desnudo
o lloró frente al mar o atizó la tormenta.
El mismo, el mismo hombre
que salvó las palomas o arruinó las abejas;
el del vaso de oro o el manjar de lujuria;
el que bebió del cielo o se hartó de la tierra.
El mismo, el mismo hombre
de la ardiente cruzada o el de voz tumultuaria;
el bandido o el mártir; el héroe o el misántropo;
el de lámpara o cruz o bandera en la diestra.
O el que desesperado sin esperar blasfema,
o el que ha hundido sus labios en la herida de Cristo
o el que ahoga su llanto profético en la sombra
o el que mide su vida por un grano de trigo.
Todos el mismo hombre que conocen los siglos.
Y en la historia o la fábula diciéndonos hermanos.
Y tú, Dios, perdonando la mentira y el odio
y la sangre vertida que corre en nuestras manos.