Al alquimista una fuga lenta de soldados
solicito, un solo golpe para mí
con amigas almas que se incendian para nadie
y la fiera sorda del cuerpo
a veces ya patria o ya derrota que conozco
sin derribos.
Puedes empezar a decir
¿y la intemperie?
Puedes empezar a tocarte las manos.
Que no vendrá una guerra de treinta años a llevarte,
no vendrá mi voz con presagios y terrazas
a perderte.
Es la alegría de mis uñas sucias,
el olor de la piel y los zapatos de estratega
que no abandonaré, que no
abandonaré
en las llamas aunque ardas
para nadie
con un verso de urgencia y largo olvido en la garganta.
Al alquimista
dadle
el fuego, para mí el cuerpo extranjero
que no conoce mi país de penas
donde los cónsules del cieno se aburren libremente
con muchachos dulces que no saben
besar.