Una mujer, un hombre, una ciudad.
La ciudad sin objeto. O una escena de amor.
Alguien que se desdobla en estrías de luz,
caminando sin prisa por los soportales.
Una mujer aún joven; sus inciertos poderes
sin otros límites que los que impone
un rostro ajeno donde nadie ve.
El hombre avanza a tientas por el pálido cielo,
dueño de un aire intacto que no puede usar.
Ando cansada por las avenidas,
dice; no es amarillo
este fuego en que quemo mi vacilación.
Él no responde, se reclina, espera.
Ella sonríe. No es silencio: sabe.
Del otro lado del espejo, noche.
Y una mujer, un hombre, una ciudad.
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