«El libro de las preguntas» de Edmond Jabès

Introducción

El libro de las preguntas es el libro de la memoria.
A los obsesivos interrogantes sobre la vida, la palabra, la libertad, la elección, la muerte, responden rabinos imaginarios
cuya voz es la mía.
Las respuestas que da esta obra, dos amantes perdidos vendrán a leerlas; por mi parte, he intentado, al margen de la tradición
y a través de los vocablos, recobrar los caminos de mis fuentes.
Para existir se necesita primero ser nombrado; pero para entrar en el universo de la escritura, es necesario asumir,
con el propio nombre, la suerte de cada sonido, de cada signo que lo perpetúan.
De un idilio simple y trágico surge un canto de amor que es, a pesar de todo, canto de esperanza. Este canto ambiciona
hacernos asistir al nacimiento de la palabra y, en dimensión más que real, a un ensanche del umbral del sufrimiento que ilustra
una colectividad perseguida, cuyo lamento es retomado, era tras era, por sus mártires.
1963

* * * * *

Dedicatoria

En el cementerio de Bagneux, departamento del Sena,
descansa mi madre. En el viejo Cairo, en el cementerio
de las arenas, descansa mi padre. En Milán, en la muerta
ciudad de mármol, está sepultada mi hermana.
En Roma, donde, para acogerle, la sombra cavó la tierra,
está enterrado mi hermano. Cuatro tumbas.
Tres países. ¿Conoces las fronteras de la muerte?
Una familia. Dos continentes. Cuatro ciudades.
Tres banderas. Una lengua, la de la nada. Un dolor.
Cuatro miradas en una. Cuatro existencias. Un grito.
Cuatro veces, cien veces, diez mil veces, un grito.
-¿ Y los que no tienen sepultura? , preguntó Reb Azel.
-Todas las sombras del universo, respondió Yukel, son gritos.
(Madre, respondo a la primera llamada de la vida,
a la primera palabra de amor pronunciada
y el mundo tiene tu voz.)

* * * * *

Dedicatoria 1

A las fuentes profundas de la vida y de la muerte reveladas,
Al polvo de los pozos,
A los rabinos-poetas a quienes he prestado mis palabras y cuyo
nombre, a través de los siglos, fue mi nombre,
A Sara y a Yukel,
A todos aquellos, por último, cuyos caminos de tinta y de sangre
pasan por los vocablos y por los hombres
Y, más cerca, a ti, a nosotros, a ti.

* * * * *

1. A ti, que crees que existo…

(«A ti, que crees que existo,
¿cómo decir lo que sé
con palabras cuyo significado
es múltiple;
palabras, como yo, que cambian
cuando se las mira,
cuya voz es ajena?
¿Cómo decir
que no soy
pero que, en cada palabra,
me veo,
me oigo,
me comprendo,
a ti, cuya realidad
renovada
es la de la luz
a través de la cual
el mundo cobra conciencia del mundo
perdiéndote
pero que respondes
a un nombre
prestado?
¿Cómo mostrar lo que he creado
fuera de mí,
hoja tras hoja,
donde todo rastro de mi paso
está borrado
por la duda?
¿A quién se le han aparecido esas imágenes
que ofrezco?
Reivindico, en último extremo, lo que me es debido.
Cómo demostrar mi inocencia
cuando el águila ha volado de mis manos
para conquistar el cielo
que me atenaza?
Muero de orgullo en el límite
de mis fuerzas.
Lo que espero está siempre más lejos.(…)

* * * * *

2. Y Yukel habla…

Y Yukel habla:
Te busco.
El mundo donde te busco es un mundo sin árboles.
Sólo calles vacías,
calles desnudas,
el mundo donde te busco es un mundo abierto a otros mundos sin nombre,
un mundo donde no estás, donde te busco.
Están tus pasos,
tus pasos que sigo, que espero.
He seguido el lento caminar de tus pasos sin sombra,
sin saber quién era yo,
sin saber a dónde me dirigía.
Un día estarás.
Será aquí, en otro lugar,
un día como todos los días en que estás.
Será, tal vez, mañana.
He seguido, para llegar hasta ti, otros caminos amargos
donde la sal quebraba la sal.
He seguido, para llegar hasta ti, otras horas, otras riberas.
La noche es una mano para quien sigue la noche.
De noche, todos los caminos caen.
Era necesaria esa noche en que tomé tu mano, en que estábamos solos.
Era necesaria esa noche como era necesario ese camino.
En el mundo donde te busco eres la hierba y el deshielo.
Eres el grito perdido en que me extravío.
Pero también eres, ahí donde nada vela, el olvido hecho de cenizas de espejo.

* * * * *

3. He dado la vuelta…

He dado la vuelta.

He dado la vuelta sobre mí mismo sin encontrar descanso.
Dirigiéndose a mí, mis hermanos de raza han dicho:
«Tú no eres judío. No frecuentas la sinagoga».

Dirigiéndome a mis hermanos de raza, he contestado:
«Llevo la sinagoga en mi interior».

Dirigiéndose a mí, mis hermanos de raza han dicho:
«Tú no eres judío. Ya no rezas».

Dirigiéndome a mis hermanos de raza, he contestado
«La oración es mi columna vertebral y mi sangre».

Dirigiéndose a mí, mis hermanos de raza han dicho:
«Los rabinos cuyas palabras citas son unos charlatanes. ¿Han
acaso existido? y tú te has alimentado con sus palabras impías».

Dirigiéndome a mis hermanos de raza, he contestado:
«Los rabinos cuyas palabras cito son los faros de mi memoria
-uno sólo se acuerda de sí- y vosotros sabéis
que el alma tiene por pétalo una palabra». (…)

* * * * *

4. He aprendido a amar a los hombres…

He aprendido a amar a los hombres en el momento en que aspiraba,
con todas mis fuerzas, a ser amado.
Así aman los judíos a los judíos .
He aprendido a ser un hombre.
He aprendido a hablar pomposamente del hombre.
Así hablan los judíos de los judíos.
Mis palabras, un día, se me hicieron extrañas, y me callé.
(« La historia de mi alma es la de las letras del alfabeto cuya forma ha hecho sensible a mis sentidos el camino
a través del espacio y el tiempo, hasta su unión en la palabra, a la hora y en el lugar previstos de mi nacimiento.
Nunca estamos colocados, en relación con los demás , a igual distancia del lenguaje, porque nos movemos de forma diferente
en esas regiones del corazón y del espíritu que abarcan los vocablos. Estamos cerca o lejos de la verdad de la palabra según la hayamos seguido al pasar o hayamos abandonado todo para sorprenderla.
La palabra es virgen. He asistido a su despertar.
La historia de mi alma es la historia apasionada de mi búsqueda del verbo, donde el universo es el premio de mi pensamiento.»
Reb Gaon

* * * * *

5. El diálogo de las dos rosas

-Así pues, audaz amiga, me desafías en el alma.

-Soy fiel al amor

-El amor sólo se ama a sí mismo.

-Yo soy la vida. Él me pertenece.

-No siempre. Los amantes me ofrecen su vida.

-Los amantes desgraciados. No el amor.

-El amor es la trampa que tiendes a los hombres para vestirte con sus escalofríos,
para alimentarte con sus lágrimas.

-Luz en los ojos, eso es el amor.

-El amor devora los ojos que ven.

-Fría amiga.

-Mi cómplice. -Aquí, señala el discípulo de Reb Simoni,
hubo un largo silencio, luego la voz se hizo suplicante. Entrégame a Sara y a Yukrl.

-No puedo perderles.

-Un día, acabarás cediendo.

-Quizás, una mañana en que esté contenta; en cuanto se me hayan hecho insoportables.
-Aquí, creí oirla reír, observa el discípulo de Reb Simoni. -Tendrás algunas horas o algunas semanas, eso dependerá,
para arrancármelos.

-Cruel, sabes que sufren.

-El amor es mi juventud,

-Tú eres la vida.

-El amor es el dueño de mi vida.
-¿Por qué esas prisas? ¿Tanto te gustan? Te arrastras como una esclava. ¿Estás enamorada?

-El amor no me interesa.

-Entonces, ¿por qué quieres arrebatarme a mis amantes?

-Porque está en el orden establecido y también porque es mi oficio.

-Quemas etapas. ¿Ya no te importa mi placer? Me decepcionas.

-A veces soy tierna con los humanos.

-Por qué?

-Un poco por piedad. Me gusta que me crean buena.

-Estás celosa. Te mueres de amor.
-Mato todo lo que toco.

-Tu cuerpo está ebrio de caricias, tus pétalos están húmedos de besos esperados. Pero yo soy fuerte. Soy tozuda.
Me divierte hacerte esperar.

-Te obstinas en hacerme daño. Pero ten cuidado. Puedo vengarme.

Aquí, me pareció, señala el discípulo de Reb Simoni, que se aproximaron la una a la otra y
que su actitud era desafiante.

-Confiesa que te gusto; que a través de las parejas que me exaltan, es a mí a quien deseas.

Se daban la espalda para enfrentarse poco después con su odio desatado, señala el
discípulo de Reb Simoni.

-Hija.

-Qué amable confesión.

-No me faltan recursos. Me haces daño. Tú lo sabes. Mi deseo me desgarra por completo. Tanto peor. Tanto peor.
Tanto peor. Eso sólo me importa a mí.

-Te desprecio.

-Te amo con un amor imposible. Elimino a los que me impiden abrazarte. Con sus ojos, hago dos tragaluces,
con su cuerpo, un navío perdido. Los más voluptuosos son los más vulnerables.

Debieron transcurrir unos cuantos minutos, observa aquí el discípulo de Reb Simoni,
de los que apenas me acuerdo. Hasta mí llegaban fragmentos de palabras cuyo
sentido no alcanzaba a comprender; luego oí muy claramente:

-Cállate. Me dejas helada.

-Eres la nieve que se funde en abril.

-Soy la fiebre. Soy el sol. Odio el agua, las mortajas.

-Mueres por cada nacimiento. Preparas con talento a los seres, al mundo, para su fin anunciado. Loca que les hablas de mí.
Eres la antecámara. Yo soy el lecho. Tus víctimas me piden socorro. Sus gritos forman un gran collar alrededor de mi cuello. Entonces, surjo entre ellos en mi esplendor inaccesible. Me apodero para siempre de su mirada. Con ella, hago un camino,
hago un arco iris.

-Déjame vivir. Déjame alimentarme con mi vida.

-Déjame, mi rosa pródiga, saborear mi muerte.

Cuando me acerqué a ellas para asegurarme de que eran reales, señala el discípulo de
Reb Simoni, me encontré ante dos rosas abiertas a la avidez de una abeja que habían recuperado su existencia vegetal.

«Yukel, escribía Sara, ¿es verdad que la muerte nos parece hoy preferible al mejor momento que hayamos conocido
en nuestra corta vida?»

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