El mar con destructora música invocando la helada quietud, la ciudad que la luz
redescubre jubilosa. El ave gritando toscamente hacia un círculo que el agua desdibuja.
Todo su amplia vigilia lo gobierna -a tientas sus señales conjuro, sus palabras invoco-
menos el agua amenazando desde un duro jardín, menos el agua.
El hombre está solo frente a la luz soñada por Dios. Los gritos de los ángeles, las aguas
de la tierra por él han sido nombradas. He aquí que él se descubre soñado y acepta su señal:
la furia de los ángeles, la nada, el olvido de Dios.
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